Moscas en la casa

Tengo ruido en la cabeza. Un ruido constante, que no me deja. Hay momentos en que pienso que lo aplaco, pero es sólo eso, un pensamiento; es creer que se ha ido. Pero ahí está, perenne, incesante y sempiterno.

Al principio solo era un breve zumbido, un mosquito de primavera que matas rápidamente. Con el tiempo se ha transformado en una mosca, o más bien en un mosquerío, que molesta y no hay como evitarlo. Tanax quizá?. Claro, pero eso es momentáneo; volverá la plaga.

Quizá deba abandonar la zona infectada. Allí donde las moscas no me dejan pensar y solo me remito a espantarlas de una en una, sin lograr que se retiren. Claro, debo buscar un lugar sin ese ruido, un espacio propio sin moscas.

Ciertamente que es difícil salir de allí, pues el ejercicio de espantarlas solo atrae más bichas. ¿Cómo hago?, ¿cómo escapo?

De niño no habían moscas en casa, solo una brisa por la tarde que entraba fresca por la ventana de mi cuarto. Pienso en ello y llega la felicidad a mí. Es como si por un instante este cuerpo añoso fuera nuevamente el niño feliz de mi infancia. Hay tibieza en mi recuerdo.

Vuelvo y siguen aquí. Matamoscas, tanax, el paño de cocina no son suficientes. Es hora de salir. Me levanto de mi sofá negro y camino al dintel que abre paso a la terraza. Antes de cerrar la puerta tras mío, giro la cabeza y veo la nube negra y zumbante que dejo asfixiarse sin mi atención. Cierro y tras la puerta escucho como caen una a una al suelo, son golpecitos secos en el piso, inhertes, sin vida, han muerto. Respiro, inhalo con fuerza y lleno los pulmones de aire fresco. Ya no están pienso…


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