Anoche con mis hijos vimos Guardianes de la Galaxia 3, la última peli dirigida por James Gunn. Fue una noche de inflexión.
Con el de 17 y el 10, hemos visto cada estreno de MARVEL. Primero Iron Man, con el mayor en 2008; él tenía 3 años. Recuerdo que con mucho entusiasmo, para cerrar la salida, le regalé una figura de unos 30 cm del personaje. Aún la tiene.
Desde ese día, mi flaco se volvió fanático de las películas. Primero las de este «universo cinematográfico». Luego fue explorando otros colores. Hoy tiene un gusto muy inquieto, que va desde la animación japonesa contemporánea, pasando por series que re-inventaron el género del suspenso; tal como Breaking Bad. Con él puedes conversar sobre cine. Conoce directores, las últimas novedades y es capaz de predecir lo que vendrá en esta industria. Se repite películas y series, solo con el ánimo de apreciarlas en profundidad.
Para muchos, el género de pelis sobre superhéroes es solo popcorn, o cabritas dulces como se dice acá (algunos raros las prefieren saladas). Sin embargo, gracias a ellas, muchos jóvenes aprecian una buena historia, personajes sólidos y tramas con desenlaces únicos. Con esto no digo que todas las pelis que versan sobre este género lo hagan. Hay unas que son un bodrio.
Sin embargo, una vez que viste una peli con un relato consistente, sentido estético propio, interpretaciones creíbles y finales memorables, no hay vuelta atrás. A mi flaco le pasó, y te diría que su vida se ha enriquecido con estas historias.
Escuchar historias que conectan con uno es importante. Ellas, como otros recursos, nos ayudan a construirnos, a modelar nuestros gustos, a seleccionar lo que nos importa y a definirnos.
Es que en los relatos – como sabemos – está buena parte de lo que somos en sociedad. Tal así, que no es relevante tanto «la verdad», sino la verdad que se dice primero y es capaz de sostenerse de modo coherente en el tiempo; ya lo sabes. Empero el problema está en eso, la coherencia; si se pierde, todo se pudre y llegamos a un hoy de hedor permanente.
Quizá la razón de ello esté en la fogata, o la ausencia de ella. Si bien estamos en constante escucha de relatos, que repetimos sin cuestionar, no vemos a los ojos a quién los emite. En la fogata ancestral estaba la machi, el sabio, la abuela con quien compartías el calor y algún brebaje. Por medio de este acto solidificabas relaciones, transmitías cosmogonía y tendías puentes entre lo pasado y el porvenir.
Me quedo con esos momentos primeros de cine con mis hijos, en que aprecias la historia, debates sobre los hechos fantásticos y guardas lo relevante. Así se repite hasta hoy.
Acá la fogata aún está encendida.
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