Heredé las costumbres de mi padre. No todas, claro; sólo unas pocas y las cultivo con orgullo.
Recientemente descubrí la felicidad que me da emparejar objetos almacenados por años en cajas o bolsas, en rincones invisibles y eternos, con otros objetos tristes por haber perdido a su compañero o a una parte de sí mismos.
Descubrí con un orgullo nuevo en mí que, como mi padre, tengo cajitas y bolsas que acunan tornillos minúsculos, trozos metálicos sin aparente función que duermen su larga siesta hasta que son llamados para volver a su tarea primera.
Como mi padre, soy llamado «cachurero», Diógenes también he sido moteado por mi hermano y por mi mujer. Antes asomaba mi ego, despreciando dichos calificativos. Hoy, los recibo como títulos de nobleza, como reconocimiento a un trabajo herculano, a mi heroicidad de guardián del tiempo y liberador de pequeñas almas metálicas, de engranajes bíblicos.
Algo de mi viejo vive en mí, y un calorcito en el pecho aparece cuando lo noto.
Feliz cumple viejo.
Don Esteban de Jesús Murúa Miranda, profesor.
Deja una respuesta